El Concepto de desarrollo sustentable se oficializó en 1992 en la Cumbre de la Tierra que tuvo lugar en Río de Janeiro y que fue convocada por las Naciones Unidas. En ese mismo momento nació el mito de que era posible que el crecimiento económico se desacoplara de sus impactos sobre el medio ambiente y los recursos naturales y diera lugar a un proceso denominado “crecimiento verde”.
Ya han transcurrido 25 años desde la formulación del concepto y su puesta en marcha por parte de los Gobiernos, las empresas privadas y los propios organismos especializados de la ONU y sus resultados han sido, simplemente, un gran fracaso: estos últimos 25 años constituyen el período de la historia en que más se han deteriorado las condiciones de vida de las especies y en que más se ha modificado nuestro entorno natural producto del cambio climático hasta amenazar hoy, seriamente, la permanencia de los seres humanos sobre la Tierra. Es por eso que podemos afirmar que los intentos de impulsar el crecimiento verde, más que aportar una solución, han formado parte del problema.
En la sociedad de consumo no existen tecnologías u objetos que sean en sí durables pues son los modos de vida los que modelan a los objetos y los transforman en mercancías atractivas. Durante todo este período de aplicación del concepto de crecimiento verde la mayoría de las innovaciones tecnológicas “ecológicas” han terminado por anular sus impactos positivos al generar otras formas de consumo y por lo tanto, de impacto. Esto es lo que se llama “Efecto retorno” o “Efecto boomerang”. En el mundo ambiental este efecto se conoce como “La paradoja de Jevons”.
William Stanley Jevons fue un economista y filósofo que vivió en Inglaterra en el siglo XIX y que observó que, al contrario del principio de la economía clásica que sostiene que la mejora de la eficiencia permite utilizar menos cantidad de un recurso, en la sociedad de consumo sucede que “Al aumentar la eficiencia, disminuye el consumo instantáneo pero se incrementa el uso del modelo lo que provoca un aumento del consumo global”.
Vivimos en un mundo donde el incremento colateral del consumo -debido a la introducción de una tecnología más eficiente desde el punto de vista ecológico- conduce a un menor costo de los productos y por lo tanto, a un aumento de la demanda. Entonces, el gran negocio de los centros comerciales puede terminar siendo la venta de productos “verdes” (y a esto ya lo comenzamos a observar). Para ilustrarlo, podemos tomar como ejemplo la mejora del rendimiento de los distintos modelos de autos. Si existe un auto cuyo rendimiento es 10 Km. por litro de gasolina y lo cambiamos por un modelo que puede recorrer 100 Km. con ese mismo litro de combustible, el fenómeno que se produce no es que esa persona gasta menos gasolina por su uso habitual sino que tiende aumentar la cantidad de kilómetros recorridos en su auto. Con las ampolletas LED, los computadores a batería, los celulares y otros aparatos tecnológicos sucede lo mismo: permanecen encendidos mucho más tiempo que antes y, ciertamente, mucho más de lo que se necesita.
Por definición, la sociedad de consumo busca vender más productos y más mercancías y nunca vender menos. El objetivo de mantener una tasa de crecimiento del 3% de la economía global hasta el 2050 significará aumentar el tamaño actual de la economía unas 20 veces. Todas las iniciativas que proponen eliminar los desechos sin disminuir la producción y ventas de mercancías contribuyen a sostener el mito del crecimiento verde, de una economía circular a todas luces imposible de mantener sin destruir el Planeta. Debemos admitir, de una vez por todas, que el crecimiento continuo en un mundo finito no puede sostenerse sino a partir del pillaje de la naturaleza y que, en esa dirección, ya estamos caminando en los límites y que muy pronto se transformará en una situación dramática.
Estamos de acuerdo con el científico español Antonio Turiel en que “Alentar las vías evolutivas dentro del mecanismo de un (presunto) libre mercado no es más que una distracción inútil cuando lo que ya es inaplazable es un cambio del sistema económico y productivo”. O también, como dice el economista alemán Niko Paech, en que el hiperconsumismo es una verdadera droga que crea un estado permanente de ebriedad. En ese contexto, solo nos queda como remedio la vía de la simplicidad: vivir con los elementos necesarios y eliminar los innecesarios para que así todos los habitantes del Planeta podamos subsistir en mayor armonía con la naturaleza.
Por Manuel Baquedano @manuelbaquedano
Presidente Fundación Instituto Ecología Política (IEP) de Chile